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viernes, 21 de octubre de 2011

Prefiero los hoteles

por HÉCTOR RINCÓN 



Hay un resorte que mueve a la opinión colombiana desde hace añísimos y que no se ha oxidado a pesar del tiempo porque parece aceitado por el unanimismo que producen aquí ciertos temas sensibles que cuando se tocan, ¡pum!, el resorte se contrae, el resorte se dilata, el resorte estalla.
La Sierra Nevada de Santa Marta es uno de esos asuntos. Hace unos treinta años –iba a decir cuarenta porque ya casi todo fue hace cuarenta años—la multinacional hotelera de moda era el Club Mediterranée y desde su sede de París mandó a decir que le gustaría hacer algún desarrollo en el Parque Tayrona. Entonces ese resorte, el de la indignación nacional, se contrajo, se dilató y estalló: qué cómo se les ocurría; que ese era un lugar sagrado; territorio transitable solo por sus dueños ancestrales, los arhuacos, los kankuanos, los wiwas, los arzarios, los Mamos todos, los hermanos mayores como quien dice, y que nadie más podía hacer uso de sus tierras, menos nosotros, los hermanos menores y menos, mucho menos, esos franceses de mierda del Club Med que se fueran con sus propuestas a otros mares y que hicieran sus hoteles para multimillonarios en otras selvas.
Así fue el asunto. Todo un alboroto que está en las columnas y en los artículos de los periódicos de la época. Igual que ahora. Se dijo entonces, como se dice ahora, que al Parque y a la Sierra lo que había era que preservarlos de todo mal y peligro. Cuidarlos como la joya que eran para evitar que pusieran sobre sus inmaculadas aguas y sobre sus frondosos bosques las sucias manos capitalistas.
Mientras pasaba aquella histeria –y el resorte de la indignación nacional se recogió–, el mundo que es dinámico y avispado desarrollaba el ecoturismo y hoy en muchas partes del planeta verde y azul hay millares de áreas protegidas gracias a esta industria. Organizaciones hoteleras han hecho de la conservación del medio ambiente su negocio porque lo que menos le conviene a sus bolsillos es deteriorarlo. Lo usufructúan y lo conservan. Y por ello pagan y lo vigilan y generan empleos.
Mientras tanto, mientras las costa ricas y las nuevas zelandas, mientras las madagascar y las maldivas han impulsado el ecoturismo y, por ahí derecho, han logrado conservar intacto su riqueza ambiental, la Sierra Nevada de Santa Marta es hoy un dudoso santuario porque el Estado colombiano en todos estos años no ha sido capaz de preservar sus 160 por 180 kilómetros de longitud que es lo que mide en su base, vaya usted a mirar y atérrese.
Después de todo el tiempo que siguió a aquella ola de indignación patriótica, siguen airosos, arrogantes incluso, los picos Colón y Bolívar con sus 5.770 metros de altura; y corren hacia el mar los 40 ríos y quebradas, pero ninguno de esos afluentes, ni el Camarones ni el Dibulla, ni el Orihuela ni el Ranchería ni el Badillo, son ya tan impetuosos porque la Sierra ha sufrido la incapacidad del Estado de cuidarla.
Hay en ella zonas invadidas por desposeídos de los tres departamentos en los que tiene tierras la Sierra y/o por traficantes de títulos que ya deben estar reclamando propiedad sobre ellas. Y grupos guerrilleros. Y paramilitares. Y unos y otros, traficantes de narcóticos en general, que emplean sus laderas y quizás se parapetan en que se trata de un territorio intocable para evitar ser tocados. Durante años se hizo leyenda el Señor de la Sierra, Hernán Giraldo, acusado de todos los delitos imaginables, violador sistemático de 19 víctimas, jefe del Bloque de Resistencia Tayrona, amo y dueño de aquellas cumbres.
(Entre paréntesis me parece incluso de agradecer que ante el panorama oscuro de las noticias que en los últimos años ha generado la Sierra y el Tayrona, noticias teñidas de muerte y de violaciones, haya empresarios extranjeros que deseen invertir en esos territorios).
Ante esta realidad y ante la certeza de que el Estado no ha tenido ni tiene ni tendrá con qué cuidar la Sierra, ante la perspectiva de su deterioro, no soy de los que impulsa el resorte de esa indignación. Con esos indignados no estoy. Colombia que no tiene policías en moto para vigilar la Séptima con la 19, no va a tener policías a caballo para cuidar el río Palomino.
Deben existir –tienen que existir— maneras de ver el asunto desde varios ángulos. Y fórmulas diversas para que de ellas los primeros beneficiados sean, incluso, los mismos indígenas que merecen su territorio. Pero un territorio no devastado por la ilegalidad y no ensangrentado por ella, sino un territorio grato y rico y ordenado

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